Vivimos la era de la información, en la que redes sociales, libros, podcast y plataformas de streaming nos han dotado de conocimiento y herramientas para poder mejorar nuestras vidas y el ámbito del desarrollo personal no ha sido la excepción.
Esta ola de información que promueve la felicidad, así como las redes sociales en las que la mayoría de las personas muestran su mejor cara, “la cara feliz”, ha elevado nuestras aspiraciones hacia una felicidad perpetua, afectando paradójicamente, nuestra estabilidad mental y emocional.
Aunque la idea de la felicidad es inspiradora, cuando nos apegamos a ella y nos convencemos de que estar bien es lo que se espera de nosotros, se convierte en algo agotador, irreal e insostenible, convirtiéndose paradójicamente, en una fuente de sufrimiento.
¿Qué es el apego a la felicidad?
El apego es la dependencia a algo para sentirnos bien, en paz. Cuando lo tenemos, nos sentimos en paz, pero en el momento en que lo perdemos tenemos la sensación de que algo no está bien con nosotros, generando frustración, culpa o ansiedad, en otras palabras, sufrimiento.
Cuando tenemos apego a sentirnos felices, dichosos, agradecidos y alegres, se genera una obsesión por estos estados y, por lo tanto, experimentamos miedo a dejar esa sensación agradable, por lo que estamos dispuestos a hacer hasta lo imposible por perpetuarlos, incluso, ir en contra de nuestra propia naturaleza.
¿Para qué existen las emociones?
Para empezar, es importante comprender que las emociones son parte de la naturaleza humana y cada una de ellas tiene su función.
Cuando estamos teniendo una experiencia, generamos pensamientos de acuerdo con el significado que esa experiencia tiene para nosotros y nuestro cuerpo segrega químicos que nos hacen sentir de una forma específica (alegres, enojados, tristes, frustrados, envidiosos, celosos, amorosos o cualquier otra emoción que se nos ocurra).
Las emociones son la brújula que necesitamos para saber si vamos en la dirección correcta o si necesitamos ajustar nuestros pensamientos o acciones. Cuando una emoción es incómoda, el mensaje es para replantearnos objetivos o hacer cambios internos para recuperar nuestro bienestar, por lo tanto, si sabemos usarlas, son una herramienta para desarrollar nuestra conciencia, para estar mejor.
Como seguramente te has dado cuenta, la vida a veces va bien y en otras ocasiones, no va como nos gustaría, y eso también es parte de la naturaleza de la vida, razón por la cual, las emociones incómodas aparecen constantemente.
Cuando estamos apegados a la felicidad, sentir estas emociones, representa estrés, podemos sentir que “no deberíamos” sentirnos así y lejos de observar, procesar y dar salida a la emoción usándola para crecer, la reprimimos, la negamos y tratamos de convencernos de que estamos bien, porque eso es lo que se espera de nosotros, sin embargo, cuando hacemos esto constantemente, lo que generamos es más ansiedad y sufrimiento pues esa química está en nuestro cuerpo, no desaparece “como por arte de magia”, al contrario, sigue manifestándose de una forma u otra generando una mayor incomodidad cada vez.
El mito de que ser feliz requiere tanto esfuerzo
Vivimos en una época donde el bienestar se ha convertido casi en una lista de tareas. Meditar cada mañana, hacer ejercicio, comer saludable, evitar ultra procesados, tomar suplementos, beber dos litros de agua, escribir en un diario, usar agenda, cocinar nuestros propios alimentos, dormir ocho horas, tener una vida laboral activa, cuidar de nuestra pareja, hijos, amistades, padres… todo en nombre de “ser feliz”.
No me malinterpreten: todas estas acciones pueden aportar equilibrio, salud y sentido a la vida. Pero cuando las asumimos como obligaciones constantes, como “checklists de felicidad”, corremos el riesgo de caer en la trampa de la autoexigencia. Y paradójicamente, eso que se supone que debería darnos paz, empieza a producir ansiedad, culpa o frustración si no logramos cumplirlo a diario.
Es fácil que olvidemos algo esencial: la felicidad no es un producto final ni un lugar al que se llega cuando todo está en orden. No es una recompensa por haberlo hecho todo bien.
La felicidad no se encuentra al final del camino
La verdadera felicidad no se alcanza por cumplir con todos los deberes del “bienestar ideal”, se encuentra en la forma como nos relacionamos con lo que hacemos, en la intención con la que vivimos lo cotidiano, en la capacidad de estar presentes incluso cuando no todo sale como esperábamos.
Es decir: la felicidad no está al final del camino. Es el camino.
Es el cómo vives tu día, no solo lo que haces en él. Es tu manera de estar contigo, con tus emociones, tus vínculos y tus decisiones, incluso cuando las cosas no salen perfectas.
El bienestar genuino nace cuando dejamos de perseguir la felicidad como una meta futura y empezamos a habitar la vida tal como es, con orden y caos, con aciertos y desaciertos, con calma y cansancio, pero sin perder de vista lo que de verdad importa, el momento presente.
¿Y si en lugar de exigirte ser feliz, aprendieras a vivir en equilibrio?
Si te has sentido abrumado por todo lo que “deberías” hacer para sentirte bien, si te encuentras atrapado entre el deseo de cuidarte y la culpa por no lograrlo siempre o por “tener que sentirte siempre bien”, tal vez sea momento de replantear tu camino desde otro lugar.
En Arechandieta & Merlo, te ofrecemos un espacio para redescubrirte desde una mirada más compasiva y profunda, integrando herramientas prácticas para lograr un equilibrio auténtico entre lo que sientes, piensas y haces.
A través de la consulta educativa obtienes herramientas de autogestión emocional para evitar el apego a la felicidad: aprenderás a reconocer, comprender y dar salida a tus emociones utilizándolas a tu favor. No se trata de sentirte bien todo el tiempo, sino de sentir con conciencia y propósito.
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